
Hace mucho tiempo conocí a una niña. Una niña que danzaba con el tiempo y que el futuro iluminaba su camino. Una niña que corría veloz por los senderos y que disfrutaba de la suave sombra de los árboles. Una niña que abría sus alas y podía volar tan alto, que con sus manos moldeaba las estrellas y dormía acurrucada en las nubes. Una niña que reía y hacía música con sus susurros.
Una noche, la muerte llegó hacia ella. La muerte, acechante y despiadada.
Un rayo de oscuridad cegó los ojos de la niña, sus ojos color bondad... y todo se volvió gris.
Sus manos se convirtieron en destrucción, su cabello no era más que un manojo de rencores. El tiempo se llevó todos los recuerdos de la niña y el futuro se convirtió en algo gris, sombrío...
Su voz no fue más que un grito desesperanzado. Sus ojos se tornaron color desdicha y sus alas nunca se volvieron a abrir...
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